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Basada en un nuevo concepto de calidad de vida del adulto mayor y para establecer la diferencia entre vejez y enfermedad, la Asociación de Gerontología de Santa Fe explicó cómo ayudar a las familias cuando el anciano comienza a tener síntomas de vulnerabilidad. También apuntó a promover el autocuidado.
Mariana Rivera
El ser humano no se define sólo por la cantidad de vida (longevidad), sino también -y con mayor profundidad- por la calidad con la que la vive. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido la importancia de esta última en los adultos mayores, afirmando que es fundamental la calidad de vida global que se disfruta durante los años que se vive.
El Dr. Hugo Valderrama, gerontólogo titular de la Asociación de Gerontología Social de Santa Fe, comenzó a dictar el 14 de octubre un curso para cuidadores familiares y el autocuidado de adultos mayores, en la Universidad Católica de nuestra ciudad. La propuesta surgió de un proyecto presentado por Hugo Valderrama y Graciela Domínguez (especialista en Gerontología) a la Fundación Navarro Viola de Buenos Aires, que obtuvo el Premio Bienal de Ancianidad "Nuestros ancianos, la familia y la sociedad".
El profesional brindó información sobre el nuevo concepto de permitir que el adulto mayor llegue a una avanzada edad con calidad de vida, remarcando el concepto de independencia funcional. Pero también describió cuál es la situación que vive la familia cuando uno de sus adultos mayores comienza a requerir mayores cuidados como consecuencia de que sus capacidades funcionales empiezan a declinar.
"Salud -comenzó planteando- ya no es la ausencia de enfermedad, sino la posibilidad de disfrutar de la vida con calidad. Si una persona se siente sana, así esté enferma, puede disfrutar de la vida. Los profesionales de la salud estamos cayendo en el error de medicar el paso del tiempo: si viene una persona arrugada, la queremos `desarrugar'; si tiene las manos deformadas por la artrosis, le queremos enderezar los dedos. En este contexto, el galeno debe medicar sólo la patología, siempre que ésta le impida vivir con calidad de vida al paciente".
Asimismo, admitió que "muchos profesionales, al desconocer algo de Sociología, Economía o Cultura del Envejecimiento, se ven presionados por la familia `porque algo hay que hacer por el viejo' o porque les parece que duerme, come, camina poco o que se olvida de algo, y terminan medicando la vejez".
Vejez no es enfermedad
Por eso, Valderrama aseguró que el concepto de enfermedad no es más para los geriatras si el paciente tiene o no salud, sino considerar si es o no funcional ese ser humano con sus 80 ó 90 años.
"Si es funcional y eso le permite vivir bien, así camine lentamente, si le alcanza para ir al baño, bañarse, vestirse y comer solo (cuestiones que hacen a su dignidad), se siente alegre por eso. Luego, hay que investigar qué le falta para que tenga calidad de vida, que tiene relación con la visita de algún familiar, el llamado de alguien cercano", planteó.
Asimismo, cuestionó que "no puede ser que el mayor gasto que haya en salud esté destinado a la ancianidad, porque son los que más consumen. Se sabe que, en el último mes de vida, una persona mayor consume el doble en costo de lo que consumió en salud en toda su vida. Esto sucede porque la sociedad tiene incorporado el concepto de que la vejez significa o está relacionada con las enfermedades, noción que también está metida en la cabeza del médico.
"Por eso -continuó-, la familia paga por un servicio de emergencia para el anciano, pero tiene que ser como una de sus necesidades, no la esencial. Nadie piensa en su diversión o en su amor a esa edad. No obstante, sí están pendientes del prepago, y se producen demasiados gastos estudiando la vejez y no la patología".
Anciano frágil o vulnerable
En este punto, advirtió que existe una paradoja: en Biología, los seres vivos aptos, sanos, son los que llegan a viejos. Por lo tanto, los únicos sanos entre los humanos son los viejos, los que pueden dar testimonio de haber vivido, con o sin enfermedades, con más o menos achaques, pero de haber llegado. Biológicamente han sido aptos: crecieron, maduraron, se reprodujeron seguramente y llegaron a la ancianidad. Los "bombardeamos" con medicación cuando, en realidad, habría que gastar en lo preventivo, propuso.
En relación con eso, Valderrama recordó el concepto de funcionalidad: "Significa que una persona pueda tener acceso a una vivienda; que las puertas deben ser grandes, para que pueda pasar una silla de ruedas, si la necesita; que en el baño no se caiga, entre otras cuestiones. Pero de esto nadie se encarga. De hecho, el principal problema que hoy tiene la ancianidad es que sean confundidos con enfermos y que no se detecte al anciano denominado frágil o vulnerable (el que supera los 85 años; que vive solo, sin hijos que lo ayuden; que tiene problemas económicos y, a la vez, muchas enfermedades), que es el que va a terminar siendo, a muy corto plazo, disfuncional y, equivocadamente, será incorporado a un sistema médico que le es hostil.
"Las personas con estas características -precisó- son las que en muy breve lapso están ocupando una cama hospitalaria porque se caen y se quiebran la cadera o se agarran una neumonía en el invierno. Sobre este tema no hay absolutamente nada escrito en el país y, menos, un programa preventivo".
Problemática familiar
Durante la ancianidad también se dan algunos problemas como los deterioros cognitivos (demencias) o algunos problemas físicos graves. Al respecto, Valderrama planteó que "se hace hincapié en gastos, movimientos y preocupaciones familiares y médicas que llaman la atención porque se realizan muchos esfuerzos en hacer funcionar lo que ya sabemos que no lo hará".
También señaló que, "llamativamente, hay otro problema tanto o más grande que la enfermedad del adulto mayor en sí, que es la problemática familiar detrás de esta persona, que nadie aborda. Todos los congresos hablan de las demencias del adulto mayor, pero nadie dice qué opciones tiene la familia para poder manejarse".>
Y continuó: "Cada vez me convenzo más de que esto es como un Titanic, de que uno va derecho hacia un iceberg y lo que se ve es el anciano. Pero, en realidad, hay una enfermedad familiar muy compleja que tiene que ver con el manejo de culpas. En el primer período de cualquier dolencia en la ancianidad, siempre hay una dependencia aceptada. Si uno almuerza con una persona que supera los 70 u 80 años, seguramente lo vamos a ayudar a sentarse o acompañar al baño, si es una señora. Nadie se rasga las vestiduras por eso y hasta nos sentimos bien haciéndolo. Pero, si esa persona se orina, se babea o se levanta y se cae al piso varias veces, uno se siente hasta avergonzado y puede ser nuestra madre o abuela.
"Pero de la dependencia aceptada -precisó-, en la que todos somos solidarios, pasamos al punto de inflexión donde comienza la dependencia avanzada: entonces, aparece el concepto de carga familiar y de estrés del cuidador. Éste nunca eligió ser tal, sino que habitualmente es `el que está al toque'. Si, generalmente, nos morimos antes los hombres, la cuidadora natural es la mujer".
Valderrama mencionó que, "si es una persona mayor de edad, difícilmente pueda ocuparse y enseguida aparecen los hijos. Pero, habitualmente, no todos. Si son varios, el cuidado recae, la mayoría de las veces, sobre una mujer. Y, si es soltera, viuda o separada, con más razón. Los demás se aferran a la `excusa' de tener familia".
Explicó que, en ocasiones, colaboran los hijos llevándose al pariente a la casa de cada uno. Ello complica más la situación porque ser trasladado de un lugar a otro lo termina confundiendo, ya que a esta edad son muy poco flexibles a los cambios y les cuesta adaptarse a los distintos ambientes. Generalmente, esta mujer, la cuidadora, está entre los 30 y 50 años, edad en la que, si no tiene pareja, todavía es sexualmente activa, quiere ser bonita y socialmente atractiva. Pero ve que, de golpe, empieza a vivir una vejez que no es la que tenía prevista, la de la madre o del padre que tiene que cuidar, y que, además, es patológica. Esto le exige "no ir a tomar el té con su madre, sino limpiarle la cola, darle cuidados básicos, que tienen que ver con cuestiones que a nadie le gustaría vivir con sus propios padres".
Sensación de amor y odio
"Esta tarea se va complicando -continuó ejemplificando el Dr. Valderrama- porque, en principio, se mueve por un impulso que es el amor ("Debo hacer esto") hasta que se produce de a poco la sensación de agotamiento, cansancio, fastidio y hasta el odio (`Te amo, pero me estás arruinando la vida'). Esta ambivalencia amor-odio crea en la persona que lo padece un terrible estrés y sentimiento de culpa porque percibe este odio y se fastidia al tener que ir a cuidarla, cuando no debería ser así.
"La culpa es el inicio de los desastres", sentenció. La gente "sigue creyendo que el modelo es que el anciano, sea cual fuere su condición, debe envejecer en su domicilio. Esto es así cuando hablamos de envejecimientos normales, cuando hay posibilidades de manejo domiciliario, pero no cuando la persona tiene incontinencia, además de alguna demencia."
Al respecto, Valderrama opinó que "todavía creemos que les damos un servicio porque buscamos una señora seria, responsable, para cuidar a nuestro familiar. A veces, esa persona no tiene la más mínima idea de lo que es la higiene de otros y, menos, de un enfermo. La gente confunde, como los médicos, vejez con enfermedad e ignora si lo que tiene delante es vejez o patología. Los médicos no contribuimos mucho a ayudar a entender la diferencia. En este modelo de familia que empieza a tener conflictos, esta mujer entra en crisis, termina generalmente yendo a un psiquiatra, busca ayuda de algún médico de familia o apoyo en cuidadores, pero no todos están capacitados".
Nadie se hace cargo
Por último, Hugo Valderrama aseguró que "los cuidadores sirven en las instituciones donde hay un sistema de control y organización, con enfermeros, médicos y otros integrantes de este grupo. Sin embargo, muchas familias terminan armando un pseudosanatorio en sus casas para cuidar el anciano, con personal las 24 horas. Pero terminan siendo víctimas de la enfermedad del anciano y de un sistema de tipo administrativo montado en el domicilio del familiar.
"Lamentablemente -consideró-, la gente hace esto por ignorancia porque las prepagas, o las obras sociales, la Dirección de Tercera Edad de la provincia o la Nación no se encargan de asesorar a la familia y a la comunidad. Esto está pasando y nadie hace nada, a pesar de que la Constitución dice que el Estado tiene que hacerse cargo de esto, a través de las obras sociales."
Lic. Nut.Miguel Leopoldo Alvarado Saldaña
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